El cementerio de la Almudena siempre ejerció una fascinación sobre Francisco García Escalero. Desde la edad de 6 años, frecuentaba el cementerio, para evitar las tremendas palizas que su padre le propiciaba a correazos para tratar de corregir sus ausencias a la escuela. Su madre que trabajaba de limpiadora en una empresa, y su padre, que era albañil no le podían acompañar al colegio y esta circunstancia era aprovechada por Francisco para escaparse. Por la noche para tratar de evitar los golpes que le esperaban en casa, se refugiaba en el cementerio hasta que esta circunstancia se convirtió en una costumbre. No obstante de poco le valía esta estrategia a Francisco, su progenitor aquejado de artrosis, ya no podía ir a la obra y en casa le esperaba un amanecer de correazos e insultos. Golpes e imágenes de muerte que se fueron fijando poco a poco en el subconsciente de Escalero.
Ya os hemos narrado como en la Avenida de Daroca cometió el primero de sus crímenes importantes, la violación de una joven junto con otros tres delincuentes en presencia de su pareja a la que habían maniatado. Diez años en prisión, y al salir de ella intenta reinsertarse en la sociedad sacándose el carné de conducir para convertirse en transportista. Pero su cabeza ya albergaba “algo” que le impedía concentrarse. No logra recordar las señales de tráfico, empieza a frustrase por esa imposibilidad y a volverse agresivo. No tiene amigos ni familiares que puedan ayudarle a encontrar trabajo y empieza a mendigar. Vuelve al cementerio y empiezan a invadirle ideas obsesivas de suicidio. Había nacido “el matamendigos”
A lo largo del mes de febrero de 1996 la Sala de lo Penal de la Sección Penal de la Audiencia Provincial de Madrid, presidida por el Magistrado D. José Manuel Maza, juzgaba al “matamendigos”. En la sesión del día 19, comparecía a testificar Pedro Cano Soria, el psiquiatra que le había tratado en el ambulatorio de zona afirmando con contundencia que “él ya había propuesto en febrero 1993 el internamiento de Francisco al titular del Juzgado de Instrucción 30, quien se lo denegó” En los siguientes siete meses, Escalero mataría a otras dos personas.
A D. Pedro Cano Soria le habían derivado a Francisco desde el hospital Ramón y Cajal. Allí había llegado tras haber escapado del hospital psiquiátrico regional (el ya citado Camilo Alonso Vega) a donde se le envió tras haber sido descubierto en el cementerio de la Almudena en plena práctica necrofílica. Había desenterrado a tres cadáveres, a los que apoyo contra una pared, siendo sorprendido mientras se masturbaba enfrente de ellos. Indicó que por el hedor que desprendían, no había sido capaz de violarlos. En la entrevista de Jesús Quintero, el propio matamendigos lo contaba así:-(…) ¿Y qué más cosas recuerdas?
-Que me metí en el cementerio de la Almudena y me había bebido un litro de coñac con pastillas. Busqué tres nichos, los rompí y desenterré los cuerpos.-
Muy posiblemente Escalero había venido ejecutando actos semejantes con anterioridad, recorría el cementerio, se fijaba en las fotografías de las difuntas que pudieran tener las tumbas hasta encontrar alguna que le llamara la atención, y entonces desenterraba el cadáver y se masturbaba encima. Lo que parece menos probable es que, como se pretendió hacer creer, fuera el único responsable de la oleada de profanaciones que sufrió La Almudena durante los años 1986 y 1987. Así el periódico ABC narraba con fecha 15 de noviembre de 1986, que “habían parecido 6 cuerpos desenterrados en la Sección 24 del cementerio de la Almudena”, entre ellos estaba el de un Guardia Civil asesinado por ETA y el de un joven de 23 años. (La sección 24, fue una ampliación de la necrópolis que se abordó en torno al año 1978). Hechos parecidos se repitieron el 11 de febrero de 1987, cuando en el cuartel número 289, frente a la tapia llamada “de Moratalaz”, aparecieron removidas 29 tumbas. Demasiados nichos para haber sido profanados por una sola persona.




A finales de agosto de 1987 tras haber pedido Francisco limosna en una iglesia de la zona de Retiro, en unión de Mario Román González, al que conocía con anterioridad y que ejercía como él la mendicidad, tras comprar una botella de whisky se dirigieron a una pequeña vaguada existente en la parte posterior del cementerio de Nuestra Señora de la Almudena, sito en la avenida de Daroca , allí se tumbaron junto a unas tapias que circundan el cementerio , bebiendo la botella de whisky ( antes habían bebido otra) , y en un momento determinado , cuando Mario se hallaba tumbado sobre los restos de un colchón abandonado, Francisco, sintiendo una fuerza superior irrefrenable cogió una piedra con la que sorpresivamente le golpeó en la cabeza , aplastándosela . A continuación con un cuchillo que portaba le apuñaló una vez por la espalda ocasionándole fractura en la región dorsal. Mario murió finalmente a causa del traumatismo craneal. Después roció con la gasolina que portaba el colchón y el cuerpo de Mario y le prendió fuego…
De hecho, el periódico el País cuando recogió posteriormente la crónica de la primera confesión de Escalero, que tuvo lugar el 22 de diciembre de 1993, se cerraba con el siguiente texto. “Al acabar, el abogado, un policía y un psiquiatra fueron a tomarse una cerveza. El letrado preguntó: «¿Es in imputable?». La respuesta del psiquiatra fue clara: «No tengo categoría para definirle». Esta última impresión es la que compartimos nosotros, pero de ello nos ocuparemos más adelante. Anticiparos ya que el propio Jesús Quintero, tras entrevistarlo en “Cuerda de presos” comentó que tuvo la sensación de haberse enfrentado al mismísimo Anibal Lecter y que no le había quedado claro si era un tarado o por el contrario un genio criminal capaz de asesinar a catorce personas a lo largo de seis años, sin dejar huella y sin que la policía se fijara en él. (Jesús Quintero le asigna tres crímenes más de aquellos por los que finalmente se le condenó)
La Audiencia Provincial de Madrid dio por probado que el último crimen se cometió así: “El día 19 de septiembre de 1993, el procesado que había ingresado tres días antes en el Hospital Psiquiátrico Provincial, se fugó del mismo en unión del interno Víctor Luis Criado, quien padecía una psicosis esquizofrénica , dirigiéndose ambos el mismo día o al siguiente a la tapia del cementerio de la Almudena sita en la Avenida de Daroca, y una vez allí Francisco sintió de nuevo esa fuerza irrefrenable y golpeó a aquel con un objeto contundente en la cabeza, región parietal derecha que le produjo la muerta por parada cardiorrespiratoria secundaria o traumatismo craneoencefálico, procediendo a continuación a quemar el cadáver, regresando Francisco al día siguiente al Hospital donde relató lo sucedido”
El asesino lo contaba de la siguiente manera en su declaración: “Lo maté. Estuvimos bebiendo en un parque al lado del cementerio y tomando pastillas, me las pedía el cuerpo para poder hablar mejor” (no olvidemos que Francisco tartamudeaba ligeramente). “Luego le dije dónde íbamos a dormir y en el cementerio sentí las fuerzas, me daban impulsos; allí cogí una piedra le di en la cabeza y luego le queme con periódicos y me fui a dormir al coche y al día siguiente al Hospital. Ahora me siento con la mente en blanco como si estuviera muerto”.
Su última víctima se llamaba Víctor Luis Criado, y presentaba un perfil diferente al de las anteriores. Víctor era simplemente un enfermo ingresado en el Alonso Vega desde muy joven (tenía 34 años cuando “el matamendigos” le asesinó, y se encontraba ingresado en el psiquiátrico desde 1988). Al parecer siempre fue un interno tranquilo, al que le gustaba jugar al ajedrez, desvinculado del mundo de la indigencia y que nunca había tratado de escapar del centro. Además, y a diferencia del resto de las otras víctimas, tenía familiares cercanos (sus padres) que le visitaban con cierta periodicidad y que de hecho llegaron a denunciar su desaparición. Resulta difícil pues comprender como Francisco que había ingresado voluntariamente en el psiquiátrico unos días antes, concretamente el 6 de septiembre alegando precisamente que había vuelto a escuchar voces que le pedían que matara, consiguió convencer a Víctor para fugarse del centro vestidos con pijama y que desde allí consiguieran dirigirse hasta la tapia del cementerio de la Almudena. Al día siguiente, como ya os hemos contado, Francisco intenta suicidarse en la carretera de Colmenar Viejo, (vuelve a cruzar Madrid de punta a punta) pero solo consigue romperse una pierna. Se le lleva al Hospital Ramón y Cajal donde cuenta a las enfermeras que no entendía como no estaba muerto, si se había puesto en el centro de la carretera y que había querido suicidarse para no matar más. Ante este relato, las enfermeras avisan a seguridad del Hospital, estos contactan con el Alonso Vega donde se comprueba la realidad de la fuga junto con otro interno. Se avisa a la policía y Escalero la mañana del 22 de diciembre de 1993, en presencia del abogado Ramón Carrero Carraz que había sido designado para su defensa por turno de oficio, entró en la unidad de psiquiatría de la cárcel de Carabanchel para confesar su último crimen. Le interrogaban dos Inspectores del Grupo de Homicidios junto con el psiquiatra Felipe Rivera de los Arcos y le preguntaron si había matado a alguien más……. Y así salió a la luz la oleada de crímenes que había sacudido a Madrid durante 6 años, el “matamendigos” había sido descubierto.
Os dejamos un pequeño reportaje fotográfico del mismo (nos llamó extraordinariamente la atención la cruz que parece pintada en el suelo del parque de recreo) así como los registros psicofónicos obtenidos en los que volvemos a escuchar un registro que amenaza con volverse clásico ya que de la misma manera que nos sucediera en nuestro trabajo de investigación en Hontoba, de nuevo «las voces» parecen ubicarnos y escuchamos un rotundo “SON DOS”.
También obtuvimos un buen número de registros parafónicos en los que la constante fue ordenarnos que abandonáramos el lugar, así como una muy curiosa en la que se aprecia un tartamudeo. Podéis escucharlas después de haber oído la voz original del matamendigos en el vídeo de la entrevista que le realizó Jesús Quintero (VER AQUÍ) y sacar vuestras propias conclusiones.