La España negra, fue una época de nuestra tierra marcada por las siniestras crónicas que una serie de sanguinarios personajes se encargaron de dejar inscritas para siempre en la memoria colectiva de nuestros pueblos. Manuel Blanco Romasanta, Francisco Leona, Enriqueta Martí, José González Tovar, son solo una pequeña muestra, apenas un retazo de aquellos macabros asesinos. La incultura una veces, la ambición, el miedo, provocaron que todos ellos formaran parte ineludible de nuestra historia más oscura y hasta de nuestras peores pesadillas… Y precisamente de eso hablaremos, de pesadillas, de las que un hombre hace hoy apenas 95 años provocó en toda una población. Hablaremos de Ramón Cuervo, «El último sacamantecas», esta es su historia y este es su aciago legado:
(Supuesta imagen del rostro de Ramón Cuervo » El estripador de Avilés»)
El 18 de abril de 1917 en el barrio de La Magdalena (Avilés), tres muchachos jugaban tras la salida de la escuela, ajenos a la tragedia que estaba a punto de cernirse sobre uno de ellos. Manuel Torres, Agustín García y Ángel Ovies, jamás olvidarían ya aquella mañana. Ante ellos, la elevada figura de un hombre que cambiaría para siempre sus vidas… Ramón Cuervo. El extraño, les pide insistentemente que le guíen, a cambio de algunas perras (monedas), a «la casa blanca». Dos de los pequeños, Ángel y Agustín desconfían del desconocido por su siniestro aspecto y declinan la «invitación», pero Manuel Torres, de familia humilde y buen conocedor de aquellos caminos, se ofrece para acompañar al viajero a cambio de esas monedas. Aquella sería la última vez que sus amigos le verían con vida.
A las doce de la noche, José Torres, padre del pequeño Manuel, acude alarmado al cuartel de la guardia civil para dar parte de la desaparición de su hijo. Aquella misma noche se inicia el dispositivo de búsqueda y muy pronto comienzan a llegar los primeros testimonios de varios vecinos asegurando haber visto al niño alejarse con un desconocido camino de La Ceba (otra barriada cercana). Pero sería el testimonio de otro niño, José Rodríguez «el Carolo», el que definitivamente activaría todas las alarmas en la población, el muchacho, asegura que la misma mañana de la desaparición de Manuel, también a él un individuo muy alto, con cicatrices en el rostro, le intentó aplicar un pañuelo de un extraño olor en su rostro con la clara intención de agarrarle. Aquellas declaraciones resultan ciertamente inquietantes para los investigadores del caso.
APARECE EL CUERPO
Ocho horas después de su desaparición (a primera hora de la mañana del día 19) el cadáver del niño es descubierto por varias vecinas en el conocido Monte de la Arabuya, yace entre varios peñascos y su aspecto es realmente terrible. Boca abajo, bañado en sangre, todos los que ven el cuerpo quedan profundamente afectados. Envuelven los restos mortales y de inmediato corren a la casa familiar, el hogar de los Torres pronto se transforma en un hervidero. Allí mismo organizan también el juzgado que instruiría el caso y se inicia la búsqueda del asesino. La autopsia del niño no puede ser más reveladora y trágica:
– En el cuello, lado izquierdo, región esternocleidomastoidea, presenta una herida punzo-cortante, muy profunda, de aproximadamente tres centímetros de extensión, trasversal al eje del cuerpo. A sólo cinco centímetros, aparece otra herida similar pero tan profunda, que el tejido adiposo y músculo cleidomastoideo, así como las vértebras cervicales y todo el paquete arterio-yugular aparecen seccionados. Extraído el corazón, se observa la total ausencia de sangre en aurículas y ventrículos, de la misma forma que se observa también la misma circunstancia en las venas y arterias del cuello, de todo ello se deduce una muerte por hemorragia que debió de provocar el óbito en breve espacio de tiempo. Añadimos también, que la herida más profunda del cuello, presenta unas marcas en sus bordes que hacen pensar además de en un arma inciso-cortante, en la existencia de algún tipo de esfuerzo más o menos grande y mecánico de absorción, dada la dimensión, profundidad y limpieza del agujero existente en esa zona.
A POR EL ASESINO
Los rumores sobre el estado del cadáver del pequeño pronto corren por todo Avilés, no se habla de otra cosa por toda la zona y muy pronto la prensa local se hace eco de la noticia.
«El espectro de Gador: Los bebedores de sangre humana. Horrible asesinato de un niño». Sólo habían pasado siete años desde el terrible crimen de Francisco Leona (el hombre del saco) en el cortijo San Patricio (Almería) y de nuevo el espectro de los sacamantecas hacía estremecer a la población. Aquél salvaje acto de cobardía no podía quedar impune de ninguna manera, todo el mundo se moviliza para encontrar al canalla que ha cometido tal atrocidad, pronto el círculo acusador se cierra sobre la figura de alguien conocido. Ramón Cuervo, alias «Ramón de Paulo», natural de Santa Cruz de Llanera (Asturias) y llegado hacía poco tiempo de la lejana Cuba. Todos los testigos coinciden en su persona como la de el acompañante del pequeño Manuel la mañana del 18 de abril. Incluso el farmacéutico de la localidad le identifica positivamente y asegura haberle vendido un frasco de cloroformo la mañana anterior al suceso. Cuando es detenido, Ramón Cuervo, parece inmutable. A pesar de que las autoridades que llevaban el caso, después de todos los testimonios, no tenían ya ninguna duda acerca de la culpabilidad de Ramón Cuervo, el juez instructor toma una decisión insólita para la época. Las heces del reo serán analizadas en busca del sangre humana. Aquello sin duda era algo del todo innovador y a tenor de los resultados:
– «se observan en las muestras dos porciones de distinto aspecto, dando positiva una de ellas en el test de weber (prueba diagnóstica para detectar la presencia de sangre en las heces) con una fuerte reacción y no encontrándose en el reo causa física u orgánica que pueda haberla provocado»
Las pruebas eran contundentes pero Ramón Cuervo seguía mostrando en la sala la misma frialdad que cuando le detuvieron, incluso alguna sonrisa escapaba de sus labios mientras escuchaba el resultado de la autopsia del pequeño Manuel. Continuaba negando los hechos y en sus palabras no se apreciaba ni el más mínimo titubeo. Los días pasaban y el asesino seguía sin testificar.
SE DERRUMBA
El día 24 de Abril, de nuevo la sorpresa se apodera de todos los presentes. Ramón Cuervo, de manera inexplicable se derrumba (nunca se ha conocido el motivo) y llama al juez de guardia para prestar declaración. El asturiano refleja nerviosismo y tensión en su mirada por primera vez desde que comenzó su juicio y por fin confiesa lo terrible de sus actos ante la atónita mirada del juez:
– «Ignoro cuantas fueron las puñaladas que di aquel muchacho, y si cuando me retiré después de succionarle su sangre quedaba aún con vida. En aquél día no sé lo que me pasaba, todo fue muy rápido. Hecha la punción, absorbí la sangre del niño, pero solo una bocanada, sin manchar mis manos, ni mis ropas, limpie la navaja contra las hierbas. Sentí nauseas, me levanté y nada más…»
Cuando el juez, después de escuchar aquel macabro testimonio le pregunta a Ramón el porqué de tan salvaje acto, el «vampiro de la Magdalena» confiesa también su otro gran secreto.
– En 1914, trabajaba en una papelería en Sagua la Grande (Cuba) cuando comencé a encontrarme mal. Me diagnosticaron tuberculosis y sabía que iba a morir. Había oído hablar de brujos negros, que todo lo saben, y fue uno de ellos llamado «El negro Francisco», quién me indicó lo que debía hacer para sanar de mi enfermedad, bebiendo la sangre de un jovenzuelo pronto estaría curado.
Aquello sentenciaba definitivamente a Ramón Cuervo. Sin embargo el caso de este terrible «sacamantecas» (el último de su clase) no podía terminar de una manera más inquietante. Las pistas sobre su sentencia son realmente escasas. A tenor de todo lo acaecido y teniendo en cuenta la legislación de la época es de suponer que fuera sentenciado a muerte pero como decimos, algo incomprensible estaba a punto de ocurrir o al menos, esto lo que cuentan la mayoría de los cronistas y fuentes. Cuando la guardia civil lo trasladaba a Oviedo para la ejecución de su sentencia y a la altura de la Ermita de la Consolación, Ramón Cuervo se lanza del carro desapareciendo en la espesura pero… ¿murió entonces? Lo cierto es que el cuerpo nunca fue encontrado. Ya para finalizar una nota de interés que añaden todavía más misterio a este caso. Si se le diagnosticó a Cuervo su tuberculosis en 1914 y teniendo en cuenta que su primer asesinato fue en 1917. Podemos pensar que ¿fue la de Manolito su primera y única muerte? Os dejamos aquí la entrevista que el periódico «Diario Independiente de Asturias» realizó hace algunos años a Sara de la Campa, prima hermana del pequeño fallecido. Sus palabras son realmente esclarecedoras sobre la cuestión que planteamos: http://bit.ly/O0UkzW
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