“No se deje usted poner la inyecciones que queda usted estropeado para toda la vida. Mucho cuidado con la inyecciones “
La gestión de la locura: conocimientos, prácticas y escenarios: España, siglos XIX y XX.
“La leyenda decía que el lugar estaba maldito por algo que sucedió entre sus muros y que hacía infelices a todos los que vivían o pasaban por él. Yo nunca creí en la maldición de “la Isabela”, pero aquel verano me mostro lo contrario”
“La memoria del agua”, Serie de TVE basada en la novela de Teresa Viejo, capítulo 1.
“Facilis descensus averni”, fácilmente se desciende al infierno. Esta frase parece perfectamente aplicable a la historia que os vamos a presentar, la memoria de “la Isabela”, el Balneario Real sumergido en las aguas del pantano de Buendía, cuyo esqueleto de piedra aparece regularmente en periodos de sequía, para recordarnos la fina línea que separa la prosperidad del olvido, y como un lugar que llegó a ser llamado Santaber, pasó a convertirse en un escenario cargado de decadencia y dolor. Desde la ocupación romana de la Península, se conocía ya la existencia de aguas termales en la margen derecha del rio Guadiela, en una ubicación muy próxima a lo que terminaría por ser la ciudad de Ercávica. Durante la invasión árabe, se las conoció como Salom-Biz, lo que significa “pozo de salud”
Por las mismas pasaron entre otros Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán cuando fruto de las maledicencias y envidias se le alejó de Nápoles para obligarle a adaptarse a una vida más sedentaria en España, Bernardo de Sandoval y Rojas, Arzobispo de Toledo, que las calificó como “aguas santas” y en el reinado de Carlos II el Hechizado, fue su madre la regente Mariana de Austria la que aseguró que esas aguas tenían propiedades médicas. La cercanía del Monasterio de Monsalud, otro centro de peregrinación cercano en donde se veneraba la imagen de Nuestra Señora, a la que se atribuían milagrosas curaciones fue determinante para que el lugar se fuera haciendo más y más conocido, hasta que Carlos IV, que padecía de un severo reuma se decidió a visitar el lugar. Como quiera que el resultado de tal probanza le pareció muy satisfactorio encargó un estudio de las aguas termales, el “Análisis de las aguas minerales y termales de Sacedón” al mismo tiempo que recomendó a su sobrino, el que después sería el rey Fernando VII que las visitara. Y precisamente fue Fernando VII quien tomó la decisión de fundar La Isabela, llamada así en homenaje a su esposa Isabel de Braganza, en una pequeña península que rodeaba el rio Guadiela. El lugar fue concebido como una nueva población en un Real Sitio, que debía de mantenerse habitado para funcionar como entidad benéfica, como lugar de ocio y reposo para los monarcas y como núcleo de actividad económica.
Se construyó empleando un modelo de planta en forma de damero como ya se había ensayado anteriormente en los cercanos Aranjuez y San Fernando de Henares escogiéndose como arquitecto a Antonio López Aguado. Las obras comenzaron en enero de 1818. Los edificios se distribuyeron en torno a 11 calles rectas de las cuales dos tenían el carácter de principal, dos plazas que fueron conocidas como Plaza mayor y Plaza de la Constitución (o del Mercado) y el Palacio Real. A pesar de la regularidad del trazado, sus 27 manzanas de edificios no constituyeron un trazado totalmente simétrico, entre los edificios había un cuartel para la Guardia de Corps (manzana 23), escuela para niños y niñas, herrería, posada, y tienda-taberna. La manzana 21 se destinó a teatro en el que también había salón de baile y las manzanas situadas en el ángulo exterior del plano al estar mejor aireadas y tener mejores vistas, se destinaron a alojar a los bañistas. Al oeste de la casa de baños, se instaló un pequeño albergue con una sala grande de enfermería con la idea de acoger a los conocidos como “pobres de solemnidad”. Pero el edificio que adquirió mayor protagonismo y que se constituyó en el núcleo vital de la nueva población, fue el que se denominó “Establecimiento de baños”. Se situó a las afueras de la población ante una plaza grande, rodeada de árboles y muy próximo al rio Guadiela. Tenía forma de cuadrilátero, con dos pisos de altura y dos patios en su interior a lo largo de los cuales se situaban las galerías para los baños.
Finalmente en 1840 se convirtió en aldea pedánea de Sacedón municipio que hasta ese momento la consideraba como un barrio suyo del que obtenía prestigio. A los habitantes de “La Isabela” no les gustó esa decisión, y denunciaron ante la reina Isabel II la animadversión que Sacedón tenía contra ellos por disfrutar de privilegios en materia de impuestos (la posada y otros edificios que daban beneficios no tributaban), así como de algunos actos de vandalismo que se produjeron contra sus propiedades en tanto que emblemas de la monarquía. En 1865, con la promulgación de la Ley desamortizadora comenzó el declive de este lugar. Se separan los conceptos de patrimonio de la corona y patrimonio privado del Rey y se vende “La Isabela” que fue pasando de mano en mano por distintos propietarios apremiados únicamente por especular u obtener beneficios inmediatos. El enclave experimentó un fuerte desarrollo en el último tercio del siglo XIX tras una profunda remodelación y con el auge del conocido como “turismo termal o de balneario”. Fue en esta época que el palacio fue transformado en Casino y salón de baile. El camino que procedía de Sacedón cruzaba el Guadiela por un puente y desde allí un paseo conducía a la casa de baños, tras el que se encontraba la ermita de San Antonio. Desde allí, un paseo arbolado seguía el cauce del rio para empezar después un ascenso hasta el Palacio Real, que marcaba el punto final del recorrido.
Con todo su máximo periodo de esplendor lo tuvo a principio del siglo XX; restaurante, pérgolas, últimas novedades del turismo de salud…. Pero en esa época comienza también su gangrena, sus paredes cobijan los vicios, excesos y pasiones de la burguesía. Es “La Isabela” de las apariencias. Comienza la guerra civil el 17 de julio de 1936 y en tan solo 30 días el paraíso deja de serlo, transformándose así lo que fue una residencia para reyes en un hospital para dementes, el balneario queda adscrito al llamado Socorro Rojo y se transforma en el “Sanatorio Psiquiátrico Nacional La Isabela”. Durante los 3 años que duró la guerra, pasarían por ella un número de enfermos no menor a 330 y que otras fuentes elevan hasta 2000, la mayor parte trasladados desde otros centros pero también otros fueron los conocidos como “locos distinguidos” o “enajenados del frente”, admitidos clandestinamente en ella en su huida de la batalla o de prisión.
En «La Isabela“ se experimentaron tratamientos para los enfermos, así lo demuestra el hecho de que se encontraran botellas de “aguarrás para dementes”, esto es la fórmula artificial del metrazol que contiene mezcla de ácido sulfúrico y trementina. En 1933 un médico húngaro llamado Ladislaus von Meduna había propuesto un tratamiento de choque para los dementes, bajo la premisa de que si se conseguían generar artificialmente convulsiones epilépticas, se podría curar la esquizofrenia, ya que ambos padecimientos se consideran incompatibles. Este tratamiento se manifestó en las distintas formas de “mecanismos convulsionantes” El primero de ellos, aunque ya era conocido con anterioridad, comenzó a generalizarse, y consistía en la aplicación de 4 o 5 inyecciones seguidas, con aguja ancha y de forma rápida para producir con ello la convulsión del enfermo. Estas se presentaban de forma violenta y difícil de controlar, hasta el punto de que algunos pacientes terminaban con fracturas vertebrales. A los dementes el tratamiento les ocasionaba además de un tremendo padecimiento físico una profunda crisis de angustia acompañada de sensación de muerte. Tenían terror a las inyecciones. Tiempo después, (1940) Vallejo Nágera reconocería que la técnica del absceso de fijación (así se llamaba la misma) tenía un “efecto psicoterapéutico colectivo” es decir que producía el pánico general en el internado. Por lo tanto la teoría era que se usaban para calmar pacientes agitados, pero la práctica parece señalar que fueron un medio de control y castigo de los “desobedientes”. De igual manera, se realizaron los primeros ensayos de terapia electro convulsiva (electroshock), en un momento en el que el voltaje a aplicar no estaba todavía determinado por lo que resultaba difícil de controlar y como en el caso de las inyecciones las convulsiones eran tan fuertes que parte de los pacientes terminaban con lesiones en la columna vertebral. Concluida la guerra los muertos en el Balneario se entierran en una fosa común, y el resto de enfermos regresan a otros psiquiátricos. En 1955 la población abandona La Isabela, y el 15 de Julio de 1958, se inauguran los pantanos de Buendía y Entrepeñas, quedando definitivamente confinada bajo las aguas, donde permanece escondida hasta que periodos prolongados de sequía la hacen retornar a la superficie del embalse. Aprovechando uno de ellos, decidimos visitarla. El que a continuación os presentamos es el relato de nuestro trabajo de campo.
TRABAJO DE CAMPO EN “LA ISABELA”
“El bosque se redujo a una visión fantasmagórica de copas suspendidas de palos de madera flotando en un mar oscuro y traicionero”
“La memoria del agua”, Teresa Viejo
No es fácil llegar a La Isabela. Como en otras ocasiones, y al igual que en otros de esos lugares rodeados de un halo de misterio que hemos visitado con anterioridad (nos estamos acordando de Cívica y del Panorámico de Segovia), estuvimos a punto de tirar la toalla antes de encontrarnos con ella. Fue la ayuda, en el último momento, de un vehículo que se cruzó con nosotros, la que nos confirmó que estábamos en la senda correcta. El acceso a las ruinas se realiza a través de la carretera que une Sacedón y Buendia, desde donde arranca un interminable camino de tierra que concluye en la orilla del embalse Cuando estas a punto de desesperar vislumbras el azul de las aguas del pantano y sabes que tu destino está cerca. Fue allí donde dejamos el vehículo, para proseguir caminando cerca de un kilómetro, hasta que tras coronar un repecho, la encontramos. Desde lejos, La Isabela se asemeja al esqueleto semienterrado de un leviatán marino.
De inmediato percibimos que el lugar está cargado de una energía dual, como dual ha sido su historia. Nuestro trabajo de campo comenzó por la parte que correspondía al Real Sitio, en donde encontramos vestigios de su esplendor, en forma de pequeños fragmentos de cerámica;
Y en donde Daniel realizó las primeras grabaciones así como mediciones de temperatura y campos electromagnéticos. Esta últimas arrojaron resultados normales, pero si conseguimos capturar el siguiente registro psicofónico……
Desde allí proseguimos a una zona en donde la ambigua naturaleza del emplazamiento se presenta con más fuerza, un pequeño manantial del que brota un agua cristalina , situado a pocos metros de lo que debió ser un antiguo depósito en cuyo interior el líquido se había tornado de un profundo y desagradable color negro.
No obstante, en todo momento fuimos conscientes de que el corazón de La Isabela, el balneario, se mantenía aún oculto bajo las aguas, protegido por ellas como si se tratara de un insecto atrapado en resina que acabará por convertirse en un pedazo de ámbar para pasar de esa manera a hacer historia. El acceso a la orilla del pantano, donde nos esperaban los restos del muro que rodeaba a la zona conocida como “el bosque”, fue harto difícil.
Mientras nos acercábamos a ella, una fina corteza de barro se quebraba bajo nuestros pies que se hundían en el légamo pegajoso de las entrañas del embalse de Buendía. Durante la aproximación, teníamos la sensación de que todo era más denso, como si flotara en el ambiente el peso de los millones de litros de agua que habitualmente cubren el lugar. Avanzamos con premura, dando el segundo paso casi antes de terminar el primero, intentando deslizarnos más que caminar para evitar quedarnos atascados por el efecto de succión que provoca enterrarse en el sedimento hasta más arriba de los tobillo. Y precisamente, fue al lado de esa entrada, donde las ramas de los árboles semienterrados en las aguas se alzan al cielo retorciéndose como si pidieran auxilio, en donde Daniel obtuvo los mejores registros parafónicos…….
Pero La Isabela aún nos reservaba una última sorpresa. Cruzamos toda su extensión adentrándonos en la zona seca, dónde permanecen los mayores restos de lo que fue el núcleo de población para encontrar unos huesos que supimos identificar correspondían a una pelvis , un fémur y posiblemente un hueso sacro aunque inicialmente no supimos discernir si eran de naturaleza animal o humana. De la duda nos sacaron nuestros queridos Ioannis Koutsourais y Mar Robledo que nos confirmaron que podíamos quedarnos tranquilos… sin duda pertenecían a un animal.
Visitábamos “La Isabela” en una tarde soleada de agosto, ahora esperamos que pronto las lluvias vuelvan a llenar el pantano para transformarla otra vez en una pequeña Atlántida, rodeada como si de una bola de cristal protectora se tratara, por las aguas del embalse. Nos despedimos de ella con los últimos versos del soneto “Ozymandias”; Nada queda alrededor de la decadencia de estas colosales ruinas. Hasta siempre “Isabela” , paraíso perdido.
FUENTES CONSULTADAS:
“La memoria del agua” Teresa Viejo, editorial Martínez Roca
“La Isabela un nuevo Real Sitio para los monarcas del siglo XIX” Amparo Aguado Pintor, Uned Espacio Tiempo y Forma
“La Isabela reaparece” Antonio Miguel Trallero Cultura en Guada, 26/7/2017
“Terapias aplicadas a personas con trastornos mentales, Siglo XIX hasta el último tercio del siglo XX” Enfermería avanza
“La Isabela, tus dos pesetas” Tomás Gismera Velasco Guadalajara, crónica parda
“los viajes de los dementes del provincial de Madrid durante la guerra civil” Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, versión online, volumen 30 nº 4 oct-dic 2010
“Postales de Castilla-La Mancha, La Isabela” Teresa Viejo, licencia de you-tube standard
“La historia contada, Balneario de La Isabela”, podcast cadena ser Guadalajara 9/2/2017
“La gestión de la locura: conocimientos prácticas y escenarios” España siglos XIX y XX Universidad de castilla-La Mancha diciembre 2007
“la novela de Teresa Viejo ambientada en los alrededores de Buendia” Cuarto Milenio, Cuatro.com programa emitido 8/4/2013
Queremos dar las gracias a Teresa Viejo ya que a través de su novela “La memoria del agua” y de su intervención en el programa “Cuarto Milenio” .ha sido nuestra guía en la distancia. Fue una sensación especial la que tuvimos al pisar esas calles habitualmente sepultadas por las aguas del embalse y experimentar esa energía dual que tan bien nos anticipaste en tu novela.
A Ioannis y Mar, gracias queridos por vuestra desinteresada ayuda. Deseando volver a coincidir con vosotros. ¿Con botas y mochila esta vez?